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viernes, 16 de septiembre de 2011

Crónicas Galas 2: El desembarco de Tintin

       Continuando con mi periplo estival, visité en Francia  la alta y la baja Normandía. Es esta una tierra bonita, con prados salinos y playas de infausto recuerdo. Se siente una especial aprehensión de la guerra paseando sobre la fina arena del desembarco, en la que miles de hombres lucharon hasta dejarse la vida. Encontré museos, llenos con fotos de jóvenes vigorosos, que se encaminaban hacia un futuro incierto, y también, un rosario de cementerios en los que algunos acabaron sus días.
       Hay muchas formas de malgastar el potencial del género humano, pero la peor de ellas sin duda, es la guerra. Sinceramente, creo que la humanidad, como dice la canción, sabe hacer cosas mejores...


Arromanches-les-bains, "Playa Gold", Normandía





       Siguiendo con los desembarcos, el señor Steven Spelberg, en su eterno complejo de Peter Pan, amenaza con inundarnos con la publicidad de su próxima película: Tintín.
       Creo que la ha rodado con toda la tecnología del mundo, actores reales, captación del movimiento, y demás zarandajas. Sin embargo, el guión es fiel al personaje, y está basado en el álbum "El secreto del Unicornio"
       En este episodio, y en su secuela "El tesoro de Rackham el Rojo", aparace por primera vez Moulinsart, el palacio que acabará siendo residencia del iracundo capitán Haddock.


Moulinsart en "El tesoro de Rackham El rojo"

       Pues bien, el autentico Moulinsart se llama Cheverney, un château a orillas del Loira, que dejó prendado a Hergé, hasta el punto de utilizarlo, con alguna que otra mutilación, como hogar de Haddock, Tintin y todos los demás.
        Siglos de historia azarosa, y una suerte increíble, han hecho de este "castillo", un lugar idílico, donde como los buenos regalos, y a diferencia de otros palacios de la región, lo mejor está dentro. Visita ineludible.


Château de Cherverney

       Leer es maravilloso, y si el lugar donde disfrutas de la lectura ayuda a ello, el placer es sublime. Yo me atiborré de Tintín, Asterix y tantos otros, en la antigua biblioteca de mi pueblo, llena de grandes ventanales, vistas maravillosas, y un sol de noviembre que empujaba a leer hasta el folleto del alcampo.
       La pena es que alguien PENSÓ, y pensar, como dice un amigo mío, es malísimo. La realidad, es que años más tarde, otro edificio tosco y anodino, pasó a ser la nueva biblioteca.
       La torre Eiffel se libró del derribo gracias a la radio, que la utilizó como antena militar. Ese mismo destino, pero con fines más pacíficos, o eso creo, ha salvado del abandono a este edificio circular y llamativo, que será para siempre mi biblioteca, el sitio donde comencé a leer,  por muchos discos dedicados que emita su horrible antena.

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