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martes, 30 de agosto de 2011

Una realidad invertida.


       Existe un restaurante en mi pueblo, muy conocido por cierto, donde siempre que acudo evito sentarme en una determinada mesa. No es que ésta se encuentre demasiado cerca de la cocina, o de otras fuentes de olores aun peores, simplemente esta presidida por una fotografía.
       Es una de esas antiguas, sin fecha, y probablemente pasada por “photoshop”, que como los crucigramas inacabados o los puzzles sin resolver, acaba llamándote la atención, sin tú poder evitarlo. Sencillamente, la foto no encaja.
       Afortunadamente, para eso están los mentideros de internet, gurús de la información y el parloteo, que hacen innecesario acudir al viejo sabio del lugar. Los huesos han hablado: “la foto está invertida”,  ha resuelto el foro en cuestión; cosas del diablo de la electrónica, y de un fotógrafo con pocas ganas de dar pistas.
       Una vez que ya podemos dormir tranquilos, me quedo con el poso de una de las conversaciones abiertas a raíz de la manida foto: ¿qué ha pasado con estos pueblos blancos en los últimos 40 años?, ¿qué fue de aquella costa mediterránea, que tras sobrevivir al desarrollismo de los años 60 y 70, ha quedado engullida por los apartamentos del siglo XXI?
       Pues que tenemos que comer, me espeta un amigo tras la segunda, o más bien la tercera copa. Y es cierto, pero ¿no existía otra forma de comer que expoliando sin piedad el paisaje que pertenece a nuestros hijos?. 
       No lo sé. Pero he visitado con envidia algunas ciudades de Europa, que tras ser arrasadas en la segunda guerra mundial, aguantaron las incomodidades y el costo de una reconstrucción cuidadosa, alguna duró hasta los años 70, y hoy en día son miles los turistas que pasean por sus calles.
       En mi opinión no es solamente esta foto lo que está invertido. Menos mal, que ya puedo sentarme donde me de la gana en este buen mesón, que con tanto piso no hay forma de encontrar mesa...

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