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domingo, 9 de octubre de 2011

Tostada con tomate en Tiffany's





      El 5 de octubre se han cumplido 50 años del estreno de "Desayuno con Diamantes". Llevo todo el día tarareando la maravillosa melodía de Henri Mancini y Johnny Mercer, y al repasar algunas fotografías personales para aderezar este blog, me he topado con la famosa imagen de Audrey Hepburt en todo su esplendor. 
       Luciendo un maravilloso vestido negro de Givenchy, el personaje de Holly restaña sus días malos asomándose al balcón de la riqueza, a la fuente de la vida sin preocupaciones y al mito del eterno deleite: Tiffany's.


"Algunos días son terribles, y en esos momentos lo único que me viene bien es ir a Tiffany's, porque nada malo me puede ocurrir allí"


       Cuentan que todavía hoy en día, aparecen en esta famosa joyería de la quinta avenida de Nueva York, turistas preguntando por la cafetería, deseosos de cumplir el rito de nuestra protagonista, y ahogar sus penas con donuts y un café largo.
       Esbozando una sonrisa, el amable personal del establecimiento, informa una y otra vez a los visitantes, que desgraciadamente en el edificio no se dispensa café alguno.  Aunque esto no es totalmente cierto. Yo pude comprobar personalmente, que en la planta cuarta de este santuario del lujo, se preparan ágapes, merendolas y cumpleaños, para las pudientes señoras de la alta sociedad neoyorquina.


Preparación de una celebración en Tiffany's.
      No penséis ni por un instante que fui invitado a un sarao semejante, simplemente un risueño ascensorista me llevó a dicha planta sin yo abrir la boca, al catalogarme con buen criterio, como Turista, Ojeador y sobre todo Tieso. En la cuarta planta de Tiffany's además de celebraciones, se encuentran los objetos menos valiosos de la casa.
       De todas maneras, reconozco que me hubiese encantado zamparme una buena tostada con tomate y aceite de Baena, comentando con la señora de Lloyds III el último estreno en el Metropolitan Ópera House.

Turista aficionada al cine, contenta con su compra.

       Un amigo mío dice que el problema del hombre es su eterno deseo escalar la montaña de la perfección; conseguir el amor perfecto, la vida perfecta y hasta el coche perfecto. Pero en el esfuerzo de la subida, nos desprendernos de los pesos del día a día, cosas que no valoramos y sobre todo no disfrutamos.
       Holly deseaba cantar y perseguir su sueño hasta el final, aunque para ello tuviese que sobrevivir con los 50 dólares que todo buen caballero debe dar a una chica cuando esta va al tocador.



       No sé como hubiese sido una Holly interpretada por Marilyn Moroe, (la opción deseada por el autor de la novela Truman Capote), ni si la interpretación refleja o no la dureza de la prostitución de lujo. Pero cuando le preguntaron a Paul Newman, si se arrepentía de haber rechazado el protagonista de la película, el respondió:


 "de haberme enamorado de Holly, jamás podría haber comprado un diamante a mi mujer, porque todos los diamantes de Tiffany's serán siempre de Holly"


       El famoso vestido negro, fue subastado años más tarde  con fines benéficos, a los que Audrey Hepburn dedicó el final de su vida. El ciclo se cerró, y cientos de niños africanos desayunaron gracias a Holly, o fueron rescatados de la lluvia como el gato de nombre complicado, al final de la película. Nada más que por eso, Breakfast at Tiffany's valió la pena.


Holly rescata a un mojado Cat, ¡qué envidia!.

Audrey Hepburn en uno de los papeles más duros de su vida.


       No me resisto a acabar con una frase de Woody Allen, para avivar la polémica sobre si merece la pena hacer casi cualquier cosa por dinero:


"El dinero no da la felicidad, pero produce una sensación tan parecida, que se necesitaría un especialista para descubrir la diferencia"







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