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miércoles, 11 de septiembre de 2019

Don Santiago Ramón y Cajal, y las murallas de Ávila.




Santiago Ramón y Cajal (Wikipedia)
      Acabo de leer un artículo en EL PAÍS, escrito por Manuel Ansede, donde como si de una novela de misterio se tratase nos cuenta el «increíble» hallazgo en el rastro madrileño de algunos libros y enseres que pertenecieron a Don Santiago Ramón y Cajal. No voy a perder el tiempo loando la figura del insigne científico, una de las personalidades más importantes que ha producido este país, ya que contrariamente a lo que sucede en esta tierra de envidias y rencores, hay consenso sobre la valía del personaje. Sin embargo, no puedo callarme ante la monumental vergüenza que supone que una personalidad de tal calado no cuente con un museo y archivo digno de su valía. Esta noticia viene a complementar otras anteriores, donde se hacía referencia al maltrato que había sufrido el epistolario del científico a lo largo de los años, y la venta a una inmobiliaria de su viejo caserón, para construir en su lugar apartamentos de lujo.

     Parece que algunos organismos científicos, quizá forzados por las noticias sobre el abandonado legado de don Santiago, han preparado en Madrid una sala donde se expondrán algunas de sus pertenencias, aunque durante decenios esos mismos organismos, que utilizan su nombre como marca registrada -becas Cajal, centros Cajal...-, no han movido un dedo para evitar la desaparición y «rapiña» de su herencia. Es evidente que con 200 metros de exposición no se honra a nuestro ilustre aragonés, pero voy más allá. Esa, y otras instituciones públicas, no tienen porqué «honrar» a nadie, sino que es su obligación es proteger el patrimonio de los españoles.

     Esta es la clave del asunto. La mayoría de los ciudadanos asumimos que la muralla de Ávila es algo más que un puñado de piedras amontonados unas sobre otras, y qué decir de La Alhambra o el yacimiento de Atapuerca; son patrimonio de los españoles, y como tal deben ser preservados. Pero todavía no hemos asimilado que el legado de don Santiago, al igual que otros intangibles de los que quizá hable algún día, como EL PAISAJE, son tan públicos como esos edificios Bien de Interés Cultural que jalonan nuestros pueblos.

     Hace no muchos años,esos ladrillos que tanto nos gustan a los españoles, tampoco parecían merecedores de cuidado para nuestros antepasados, y ahora nos echamos las manos la cabeza cuando observamos el patio renacentista de Vélez Rubio expuesto en el MET  de Nueva york, o conocemos la historia de la milagrosamente recuperada Dama de Elche.

     Don Santiago no necesita «un justo homenaje», ya que como hombre inteligente que era, tenía claro la futilidad de la vida humana: «Si existe la inmortalidad para el sabio -dejó escrito en un trozo de papel- debe ser un tormento, y llegará un día que le pida a Dios la muerte al ver los abusos, los robos que se cometen con sus descubrimientos». Somos nosotros, los españoles, los que debemos proteger nuestra herencia por el bien de nuestra sociedad. Este tipo de elementos comunes son los que componen el pegamento que cohesiona un país, y no solo el fútbol, o la tortilla de patatas... muy rica, por cierto.     

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