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martes, 8 de mayo de 2012

Cronicas Galas 3

       La semana pasada tuve la suerte de volver a París. La ciudad estaba revuelta, confusa; como lo está Francia, como lo está Europa.

       El ahora presidente Hollande, arengaba a sus fieles en la plaza de la Bastilla a derribar de nuevo, no se bien que muros. Esa misma plaza libertaria, la noche anterior acogía a familias de indigentes apostados en plena acera, pertrechados con los mejores colchones del vertedero. Seguro que no se librarán de los cascotes del derribo.

       Mientras tanto, el depuesto Sarkozy, llenaba los Campos Elíseos de banderas tricolores que apelaban a la grandeza gala, y hacían más fácil su coqueteo con la ultraderecha. Vive la France!!!
Demasiado, para mi débil corazón.

       Por eso, sin más, aprovechando un descanso en mis obligaciones, atravesé la pirámide del señor Ming Pei, y me sumergí de lleno en el museo de El Louvre.

       Diez euritos del ala, más cinco por la audioguía, y ya estoy en faena. Pero no. Demasiado fácil.
       Una amable señorita me entrega una Nintendo no sé qué, más propia para jugar al super Mario que para encontrar Las bodas de caná de Veronés. Tres dimensiones nada menos, menos funcionar bien, lo demás...una maravilla de la técnica.
       Bueno, volvamos al planito, y las ideas claras; y para claro el color nacarado de las mejillas de Jane Grey en el cuadro de Delaroche. Pintor de tercera según algunos, que llegó tarde a cualquier moda, hasta la de su tiempo, según otros. 


La ejecución de Jane Grey. Paul Delaroche (1883). National Gallery.

       Sin embargo, muchos de sus retratos van más allá del romanticismo y las escena historicistas, que tanto se alejan del gusto actual. El cuadro ser creyó perdido en unas inundaciones ocurridas en Londres en 1929, pero tras una magnífica restauración ha vuelto en todo su esplendor. 
       El Louvre colocó a este invitado, (pertenece a la National Gallery), en una sala en penumbra rodeado y admirado, por otros de los retratos del autor. Bien por ellos.


       Tras un paseo por la impresionante colección italiana, me topo con otra joya: 


El astrónomo. Johannes Vermeer (1668). Museo de El Louvre.

       No se si el maestro Vermeer utilizaba cámara oscura para dibujar sus cuadros, pero la sutileza y perfección de la pincelada es maravillosa. Lo único bueno que tienen estos grandes museos, es que con suerte, puedes llegar a encontrarte sólo en una pequeña sala, admirando el Astrónomo.


       Existen numerosos proyectos para fotografiar meticulosamente las mejores obras de los museos del mundo. Puedes colarte por una grieta en el ropaje de una Menina, o medir el grueso de la pincelada del Guernica; pero observar el arte en vivo, palpar la pátina del lienzo, es la única forma de ver, de descubrir la magia de la obra...por muchos 3D, estereofónicos, wifi-pelacables que nos inventemos.



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